Quinta y última entrega de la saga policiaca que nace con 'Harry, el sucio', protagonizada por el controvertido inspector de la policía de Los Ángeles, Harry Callahan. Una lista de ocho personas célebres circula por San Francisco y se están haciendo macabras apuestas, que consisten en adivinar quién de esas personas morirá primero. Uno de los nombres es el del famoso inspector Callahan, que investiga el caso.
Durante las fiestas navideñas, en Washington es hallado el cadáver de una mujer asesinada. También se produce el suicidio de un magistrado del Tribunal Supremo. Estos dos casos, en principio, no guardan ninguna relación. Del asesinato de la mujer es acusado un mendigo, veterano de Vietnam, y su defensa es asignada a la abogada de oficio Kathleen Riley, que agotada por su trabajo, pensaba tomarse unas vacaciones.
Un 707 avión a reacción de avión en su camino de Atenas a Roma y luego a Ciudad de Nueva York es robado por terroristas libaneses. Los terroristas exigen que el piloto los tome a Beirut. Lo que los terroristas no realizan es que han llamado un equipo de la elite de comandos encabezado por el comandante McCoy (Norris) y por el coronel Alexander (Marvin) en el servicio para eliminar a todos los terroristas en el avión a reacción.
Hispanoamérica, siglo XVIII. En plena jungla tropical junto a las cataratas de Iguazú un misionero jesuita, el padre Gabriel (Jeremy Irons), sigue el ejemplo de un jesuita crucificado, sin más armas que su fe y un oboe. Al ser aceptado por los indios guaraníes, Gabriel crea la misión de San Carlos. Entre sus seguidores está Rodrigo Mendoza (Robert De Niro), ex-traficante de esclavos, mercenario y asesino, que buscando el perdón se hace jesuita y encuentra la redención entre sus antiguas víctimas.
En 1787, la Bounty, una fragata de la armada británica se hizo a la mar. El objetivo de su capitán, el Coronel William Bligh (Hopkins), era circunnavegar la Tierra siguiendo la ruta del Cabo de Hornos. Después de un larguísimo viaje (3.500 millas marinas), lleno de penalidades y peligros, el severo capitán accedió a que la tripulación descansara en una remota y paradisíaca isla, aunque quizá durante demasiado tiempo; porque, cuando ordenó reanudar el viaje, la indisciplina de la marinería era ya incontrolable.