En un soleado día de verano, una alegre langosta sigue su instinto despreocupado y festivo, mientras que una dedicadísima hormiga trabaja sin parar para almacenar provisiones para el invierno. La langosta canta y danza, disfrutando cada momento del sol y la libertad, convencida de que la vida es solo una fiesta que nunca terminará. Por su parte, la hormiga, con su ética de trabajo inflexible, observa con escepticismo la despreocupación de la langosta, convencida de que su esfuerzo será recompensado en la fría temporada.