La vida de un joven pintor está marcada por la tristeza y la inevitabilidad de lo efímero. Tras ser diagnosticado con una enfermedad terminal, se enfrenta a la dura realidad de dejar atrás a su pequeño hijo, quien apenas tiene cuatro años. Con el tiempo en su contra, el padre se embarca en una emotiva misión: encontrar un hogar adecuado para su niño, uno que le brinde amor y seguridad una vez que él ya no esté.
A medida que navega por un mar de emociones, recuerdos y situaciones cotidianas, el protagonista se empeña en conocer a una serie de posibles padres adoptivos. Cada encuentro está cargado de ternura y, a la vez, de angustia, ya que cada elección se siente como un último acto de amor hacia su hijo. A lo largo de este viaje, se revele la belleza y fragilidad de la vida, mientras que los momentos compartidos entre padre e hijo se convierten en un refugio de esperanza y conexión.
Las interacciones entre ellos son un recordatorio constante de lo valioso que es el tiempo en familia, y el dilema de separar lo que se ama desgarradoramente se intensifica. A través de paisajes que reflejan el dolor y la belleza de sus experiencias, la película nos invita a reflexionar sobre el amor incondicional y el legado que dejamos. Al final, la pregunta persiste: ¿cómo se asegura un futuro brillante para aquellos a quienes amamos, incluso cuando ya no estamos?