En un frío invierno francés, una joven vagabunda de nombre Mona vaga sin rumbo por el campo y las ciudades, atrapada en la espiral de la soledad y el desamparo. Sin un lugar donde refugiarse, se encuentra en una constante búsqueda de sentido y conexión en un mundo que parece desinteresado en su existencia. A través de una serie de encuentros efímeros con extraños —desde un agricultor compasivo hasta un grupo de jóvenes bohemios— ella revela la fragilidad de las relaciones humanas y la lucha por la supervivencia en la marginalidad.
Su vida es un collage de momentos de desesperanza y destellos de belleza, donde el hambre y la violencia contrastan con instantes de pura poesía. A medida que avanza, el espectador se adentra en la mente de Mona, pero también se enfrenta a la dura realidad de las vidas que la rodean: personas atrapadas en la rutina, muchas veces incapaces de abrazar el cambio ni la empatía. Con un estilo visual crudo que refleja la crudeza de su vida, la historia explora la búsqueda de la libertad y la identidad en un contexto que parece estar constantemente enajenándola.
La película transforma a Mona en un símbolo del deseo humano por vivir plenamente, incluso en las circunstancias más adversas. Su viaje es tanto un sueño como una pesadilla, una travesía hacia lo desconocido, donde el mensaje es claro: la conexión humana es vital, aunque a menudo parece inalcanzable.