En un pequeño pueblo de Japón, la vida de los habitantes está marcada por la rutina y la lucha por la supervivencia. La historia sigue a un grupo de trabajadores que, a pesar de las duras condiciones en las que viven, encuentran consuelo entre ellos. Sin embargo, el enfoque en la vida cotidiana se ve interrumpido por un evento trágico: el misterioso y súbito fallecimiento de un joven del pueblo. Este acontecimiento impacta a la comunidad, exacerbando tensiones y revelando secretos ocultos.
Mientras tanto, un grupo de niños curiosos comienza a explorar el bosque cercano, descubriendo no solo la belleza de la naturaleza, sino también su fragilidad. Esta dualidad entre lo grandioso y lo efímero refuerza la idea de que todo ser vivo está interconectado. Las escenas poéticas de la vida en el campo contrastan con la lamentable realidad de la muerte, creando una atmósfera de melancolía y reflexión.
A medida que los personajes lidian con el dolor y la pérdida, encuentran formas de reconectarse con el mundo que los rodea. La naturaleza se convierte en un símbolo de esperanza, recordándoles que, aunque la vida es fugaz, la memoria y el amor perduran. Esta obra maestra visual no solo es un retrato de la vida rural en Japón de la época, sino también una antesala a las inquietudes existenciales que caracterizarán el cine japonés en las décadas posteriores, invitando al espectador a reflexionar sobre su propia existencia y la esencia de lo que significa estar vivos.